Desde hace algunos años, la Ética y la Responsabilidad Social se han
ido posicionando como un modo de ser y hacer que apunta a generar valor y
no sólo valores.
La filantropía ha ido paulatinamente siendo
re-significada en función de nuevos referentes y normativas que han
apuntado mucho más a una estrategia organizacional o corporativa que a
la motivación personal. Convengamos, no obstante, que aún este modo de
relación –la filantropía- sigue teniendo una fuerte importancia social y
cultural en la Región y que está lejos de desaparecer.
El generar
o agregar valor al proceso organizacional a través de la Ética y la
Responsabilidad Social, entendida como parte del modelo de gestión,
conlleva el tener una mirada del entorno y de las operaciones a largo
plazo e integrada a las diversas dimensiones implicadas en el proceso.
Las aristas sociales, económicas y ambientales articuladas con
eficiencia y eficacia a la organización son fundamentales para que ésta
pueda existir y alcanzar sus objetivos más allá del beneficio
inmediato. Las normas internaciones, las empresas exitosas y los Estados
con visión de futuro ya están avanzados en esta materia.
Mejores
relaciones con la comunidad y los grupos de interés, la medición y
reducción de la huella de carbono e hídrica, la preocupación por la
calidad de vida de los empleados, la gestión del talento y creatividad
que aporta la valoración de la diversidad en la organización, la
constante mejora en los reportes de sostenibilidad, entre otros muchos
aspectos, son formas concretas en que se expresa esta visión estratégica
de hacer negocios – y de hacer sociedad-.
La dedicación y el
compromiso que día a día ha ido adquiriendo el ser socialmente
responsable, está cambiando el modo de relación entre los diversos
actores de la sociedad. Una imagen renovada está floreciendo desde las
empresas junto con un énfasis coordinador del sector público. El
desarrollo sustentable es ahora mucho más que un discurso: es una
condición para operar con éxito en el mundo actual.
En este
escenario, es posible identificar cómo nuevas formas de relación entre
empresas, instituciones públicas y sociedad civil se están e irán
configurando de maneras nunca antes vistas: culturas locales interactúan
en este mismo instante con procesos globales y estrategias directivas
–empresariales o no- específicas. Surgen nuevos tipos de liderazgos que integran la gestión empresarial con la comunidad y medioambiente.
Se generan múltiples lugares de autonomía, innovación y emprendimiento
(en sitios remotos o simplemente no vistos y que estaban ante nuestros
ojos). Las distancias se acortan a través de las tecnologías de la
información y el conocimiento. La migración crece paulatinamente y la
diferenciación y especialización social interna se multiplica.
El
diálogo, entonces, la gestión de la diversidad, el aprendizaje constante
y, sobre todo, la convicción y el actuar con sentido personal en una
realidad sociocultural compleja e incierta, son sin duda elementos
claves para desarrollar la Responsabilidad Social con la profundidad que
el contexto actual exige.
La filantropía continuará aportando a
los sectores más vulnerables de la sociedad y el marketing social y/o
corporativo desde luego mantendrá su importancia en la comunidad de
clientes y usuarios, promoviendo cambios de conducta o de ideas hacia
aquellas más responsables. Las normas o lineamientos orientadores (GRI,
ISO 26000, entre otras), son y seguirán siendo un avance fundamental
para la correcta gestión y profesionalización de la Responsabilidad
Social. El alto nivel de los profesionales y de las estrategias
desarrolladas por las organizaciones en torno a estas temáticas, parecen
apuntar hacia el camino correcto.
Estando en lo general de
acuerdo con lo anterior, parece ser que hay un elemento que ha estado
presente en cada una de las miradas o estrategias y que no ha sido
desarrollado y que es, paradójicamente, en donde la Ética y la
Responsabilidad Social encuentran su fundamento, su solidez y su
sentido: las personas.
No hay una única visión, conducta o esencia
de lo que aquí se nombra como “las personas”, algo así como una meta
estándar a alcanzar como tipología de conducta, creencias o buenas
prácticas; sino que su particularidad y definición emerge de cada
individuo en su propio contexto específico de interacción. El individuo
encuentra su propio sentido para ser y hacer en el mundo de modo ético y
responsable una vez que ha encontrado el máximo valor que le puede dar a
su vida y a sus circunstancias cotidianas.
El sentido personal
puesto en cada actividad del quehacer organizacional y de su visión o
gestión de la Ética y la Responsabilidad Social le dará la profundidad
necesaria para enfrentar y liderar los vertiginosos procesos
socioculturales sin desorientarse.
Si, como se viene describiendo,
el escenario social es cada vez más complejo e incierto, es muy
probable que conocer dicho contexto de interacción y contribuir a
alinearlo con la ética individual, debería resultar central para
cualquier estrategia. En ese punto podrá encontrar su mayor fortaleza y
su mayor riqueza.
Generar estrategias de Responsabilidad Social
considerando el desarrollo interno y evolución de la RSE así como el de
las dinámicas socioculturales de las que participa, puede, sin duda,
tomar varios caminos y serán eventualmente beneficiosos tanto para la
organización como para la sociedad en su conjunto. Considerar la
ética individual y la responsabilidad personal, sin embargo, es un
punto de apoyo para garantizar que la generación de valor se eleve hacia
su máxima altura.
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