Nuestras sociedades ya no tienen mitos. Lo que los pueblos sin escritura piden a los mitos, lo que toda la
humanidad les ha pedido en el transcurso de los cientos de miles de años, es
que expliquen el orden del mundo que los rodea y la estructura de la
sociedad donde nacieron, que demuestren su congruencia e inspiren la confiada
certeza de que el mundo en su conjunto y la sociedad particular de la que son
miembros permanecerán tal y como fueron creados al comienzo de los tiempos.
Seguridad, certeza, nada de angustias. Como
escribió el antropólogo James Clifford, “las
identidades del siglo XX ya no presuponen culturas o tradiciones continuas”
Cuando nosotros nos interrogamos acerca del orden
social que nos es propio, apelamos a la historia
para explicarlo, justificarlo o acusarlo. Esta manera de interpretar el pasado
varía en función del medio al que pertenecemos, de nuestras convicciones
políticas, de nuestras actitudes morales. Para un ciudadano francés, la
Revolución de 1789 explica la configuración de la sociedad actual. Y, según
juzguemos que esa configuración es buena o mala, concebimos de un modo u otro
la Revolución y aspiramos a distintos porvenires. Así, uno sabe que una
historia objetiva y científica no es posible. Sabemos que hay más que una
historia: cada partido político, cada medio social y, a veces, cada individuo
se cuenta una historia diferente y la utiliza.
Marc Augé, en su libro "Hacia una antropología
de los mundos contemporáneos" opina:
"Actualmente cada cual está en relación con el
conjunto del mundo o cree estarlo. Nada protege ya al individuo contra un
enfrentamiento directo con el conjunto informal del planeta. Ni los
partidos políticos ni las religiones, que antes daban un sentido al mundo y a
las relaciones con los demás, son capaces de hacer frente a los espacios
urbanos donde predomina el consumo, las imágenes, las redes de información,
medios de difusión, etc.
Sin una cosmogonía que ordene y oriente su vida cotidiana y sin un orden físico y
metafísico que permita conjurar el caos y la incertidumbre, cada individuo
se tiene que responsabilizarse de su propia relación con el mundo.
De esta manera, ha surgido una crisis de sentido que en realidad no es una crisis de identidad sino de alteridad,
de relacionarse con el otro, y en la imposibilidad de concebir al otro como
tal, se lo ha extranjerizado.
Por ejemplo, el extranjero se acerca no como
invitado sino como personaje anónimo o extraño. Así, la identidad se impone a
la alteridad. El endurecimiento de las categorías hombres/mujeres o
nacionales/inmigrantes (y el resurgimiento de los nacionalismos) atestiguan
más bien el predominio de la lógica de la identidad sobre la lógica de la
alteridad”
"Esta dura prueba de la individualidad y de
la soledad del individuo recuerda en ciertos aspectos la que experimentaron los
pueblos colonizados o esclavizados. Los colonizadores sólo vivieron
aventuras (...) En cambio los colonizados vivieron, las más veces en medio del
dolor, una triple experiencia relacionada con el descubrimiento del otro y que
hoy nos es común a todos: la experiencia de la aceleración de la historia
(la diferencia entre generaciones parece abismal), la experiencia del encogimiento
del espacio (por el auge de las telecomunicaciones y el transporte) y la
experiencia de la individualización de los destinos (una pérdida del
vínculo y un sentimiento generalizado de incertidumbre, angustia y miedo)
"La dimensión individual es en efecto
esencial en todos los cultos que los antropólogos han estudiado dentro del
contexto colonial y poscolonial". Son los cultos que, a través del trance,
la santería, el chamanismo etc, sanan las enfermedades espirituales,
individuales, de las personas que acuden: angustia, miedo, ansiedad,
tristeza...
Tomarlas en consideración tal vez nos permita
comprender mejor el estudio de las manifestaciones de nuestra
contemporaneidad: todos los desbordes de los grandes medios de difusión que
tienden a poner como espectáculo la vida privada de los individuos de una
manera que recuerda las puestas en escenas religiosas: individuos normalizados
o tipificados de alguna manera por el solo hecho de aparecer en la
pantalla". De ahí el sentimiento de que hay que pasar a través de la
imagen para existir. De ahí el éxito de los reality shows"
Entonces Lévi-Strauss se preguntaba si no
había llegado el momento de mirar en otras direcciones, de ampliar el marco
tradicional de las reflexiones sobre la condición humana, de integrar
experiencias diferentes, más variadas, al estrecho horizonte en el que
Occidente se había recluido durante tanto tiempo.
“Desde el momento en que la civilización de tipo
occidental ya no encuentra en su propio fondo un medio para regenerarse y
adquirir un nuevo impulso, ¿puede aprender algo acerca del hombre en general, y
acerca de sí misma en particular, a partir de esas sociedades humildes y
durante tanto tiempo despreciadas que, hasta una época reciente, habían
escapado a su influencia?”.
Si así era, y Lévi-Strauss no lo dudaba, entonces
había que prestar atención a esa ciencia también humilde y también despreciada
durante tanto tiempo: la antropología. “¿Qué es, entonces, esta
disciplina que durante tantos años permaneció a la sombra y respecto de la cual
hoy nos percatamos que acaso tenga algo que decir sobre estos problemas?”.
En eso consistía el humanismo que pregonaba
Lévi-Strauss en nombre de su disciplina: al buscar inspiración en sociedades
hasta entonces desdeñadas, la antropología proclamaba que nada de lo humano
podía ser ajeno al hombre.
Por eso, creía Lévi-Strauss, una contribución de la
antropología es inspirar cierta humildad, “a nosotros, miembros de
civilizaciones ricas y poderosas”. La función del antropólogo es dar
testimonio de que el modo en que vivimos, los valores con los que fuimos
educados y que llegamos a aceptar, no son los únicos posibles; que
existieron, que existen otros valores y otras creencias, y que estos valores y
estas creencias permitieron, y permiten, a algunas comunidades alcanzar la
felicidad.
La antropología no hace listas con todo lo bueno de
cada sociedad exótica para que, en caso de fallar algo en la propia, uno vaya a
buscar allí un parche étnico. Las fórmulas de cada sociedad –explicaba
Lévi-Strauss– no son extrapolables a cualquier otra. A lo que invitan los
estudios antropológicos es a que cada sociedad no piense que sus
instituciones, costumbres y creencias son las únicas posibles. Que se
recuerde que no están inscritas en la naturaleza de las cosas y que no pueden
ser impuestas con impunidad sobre otras sociedades.
Un ejemplo. En la
sociedad contemporánea prevalece la idea de que la filiación, el parentesco,
deriva de un vínculo biológico antes que social. Esta creencia choca con la procreación
asistida: inseminación artificial, donación de óvulos, préstamo o alquiler
de útero, congelamiento de embriones, fecundación in vitro...¿Cuáles son los
derechos y obligaciones de los padres legales y biológicos? ¿El niño debe
conocer la identidad de los donantes, de quienes alquilan el útero o aportan
esperma?
En algunas poblaciones de Africa,una pareja
estéril puede acordar un pago con una mujer fecunda para que el hombre
mantenga relaciones pos parto y se convierta en el padre legal de la criatura.
Los nuer de Sudán otorgan a una mujer estéril el
estatus de hombre, de “tío paterno”; recibe así la dote y lo utiliza para
comprar una mujer que será fecundada gracias a los servicios remunerados de un
hombre.
En la población yoruba de Nigeria, las parejas
de mujeres practican la procreación asistida para concebir niños que
tendrán a una mujer por padre legal y a otra mujer por madre biológica. El niño
conoce siempre a sus progenitores biológicos sin causarle ningún conflicto.
Ahora, alertaba Lévi-Strauss, la antropología no
puede, ni debe, proponer que la sociedad francesa, o japonesa, o argentina,
adopten las prácticas de los nuer sudaneses. La contribución es mucho más
modesta: “Revela que aquello que consideramos
‘natural’, fundado en el orden de las cosas, se reduce a limitaciones y hábitos
mentales propios de nuestra cultura. De tal modo, nos ayuda a quitarnos las
anteojeras, a comprender cómo y por qué otras sociedades pueden tener por
simples y obvios usos que a nosotros nos parecen inconcebibles e incluso
escandalosos”.
“La antropología nos invita, pues, a
atemperar nuestra vanagloria, a respetar otras formas de vivir, a cuestionarnos
a través del conocimiento de otros usos que nos asombran, nos chocan o nos
repugnan;
"un
poco al modo de Jean-Jacques Rousseau,
que
prefería creer que los gorilas recientemente descritos eran hombres,
en
lugar de correr el riesgo de negar la calidad de hombres a seres que,
quizás,
revelaban
un aspecto aún desconocido de la naturaleza humana”.
Fuentes:
http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/Levi-Strauss-curiosidad-anticuario_0_665333468.html
http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/Claude-Levi-Strauss-antropologia-leccion-espiritu-critico_0_665333469.html
"Hacia una antropología de los mundos
contemporáneos" Marc Augé.
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